VISIÓN AMÉRICA LATINA

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El Paraíso Restaurado – Parte IV

Por lo tanto, cuando los siervos de los Sumos Sacerdotes y los Escribas vieron estas cosas y escucharon de Jesús, “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (Juan 7:37); ellos percibieron que este no era tan sólo un hombre como ellos, sino que este era quien le dio agua a los santos y que era quien fue anunciado por el profeta Isaías. Porque Él realmente era el esplendor de la luz y la Palabra de Dios. Y así, como un río desde la fuente Él dio de beber también del antiguo Paraíso; pero ahora a todos los hombres Él les da el mismo regalo del Espíritu y dice, “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:37-38). Esto no era lo que un hombre diría, sino el Dios viviente, Quien en verdad concede vida y da el Espíritu Santo.

Atanasio, Cartas [xliv]

 4- LA MONTAÑA SANTA La Ubicación del Jardín

Aunque por lo general utilizamos los términos de Edén y Jardín del Edén como sinónimos (como la Biblia algunas veces también lo hace), Génesis 2:8 nos dice que el Jardín fue plantado por Dios en el lado este del área conocida como Edén – una tierra que originalmente estaba al norte de Palestina (cf. Salmos 48:2; Isaías 14:13; Ezequiel 28:14 y la discusión de los ríos, abajo). Cuando el hombre perdió comunión con Dios y fue sacado del Jardín, evidentemente salió del lado este, ya que ahí es donde Dios puso al querubín que guardó el Jardín de intrusos (Génesis 3:24). Esto levanta una pregunta interesante: ¿Por qué estaba el querubín puesto sólo en el este? Una respuesta probable es que el Jardín era inaccesible por todos los otros lados (cf. Cantar de los Cantares 4:12) y que la entrada tuvo que ser hecha a través de la “puerta” del este (esto concordaría con el significado de la palabra antigua de paraíso,como un jardín adjunto); en el poema de Milton el diablo entro al Jardín saltando sobre el muro (cf. Juan 10:1):

Así subió este primer gran Ladrón al seno de Dios: Así fue desde que subieron a la Iglesia los asalariados lascivos.

Aparentemente, lo piadoso tendía a permanecer cerca de la entrada este en el Jardín por algún tiempo – quizás trayendo sus sacrificios a la “puerta” – porque cuando Caín huyó de la “presencia del Señor” (un término técnico en la Escritura para el centro oficial de la adoración), se dirigió hacia lugares lejos del este (Génesis 4:16), lejos de Dios y de los hombres piadosos. Por lo tanto, es significativo que la entrada al Tabernáculo era por el lado este (Éxodo 27:13-16): entrar a la presencia de Dios a través de la redención es una readmisión de gracia al Edén. La visión de Ezequiel del triunfo universal del Evangelio muestra el Río de Vida sanador fluyendo de las puertas del Templo restaurado (la Iglesia, Efesios 2:19-22) hacia el este (Ezequiel 47:1-12); y como un precursor del día cuando la riqueza de todas las naciones sería regresada a la casa de Dios (Isaías 60:4-16; Habacuc 2:6-9; Salmos 72:10-11; Apocalipsis 21:24-26), el nacimiento del Rey de Reyes fue honrado por hombres sabios que trajeron regalos desde el este (Mateo 2:1-11). Una clave mayor para la localización original del Jardín del Edén es el hecho de que los cuatro grandes ríos que regaban la tierra se derivaban del río único del Edén (Génesis 2:10-14). El Diluvio alteró drásticamente la geografía del mundo y dos de estos ríos (el Pisón y el Gihón) ya no existen. Los otros dos ríos son el Tigris (Hiddekel en Hebreo) y el Éufrates, los cuáles no se originan de la misma fuente, como lo hacían antes. Pero la Biblia si nos dice dónde estaban localizados estos ríos: el Pisón fluía a través de la tierra de Havila (Arabia); el Gihón fluía a través de Cus (Etiopía); el Tigris fluía a través de Asiria y el Éufrates fluía a través de Siria y de Babilonia (desde donde ahora se junta con el Tigris, más o menos a 65 kilómetros arriba del Golfo Pérsico. La fuente común de estos ríos estaba, claro está, al norte de Palestina y probablemente hacia el norte en el área de Armenia y del Mar Negro – el cual, interesantemente, es el lugar donde empezó la raza humana después del Diluvio (Génesis 8:4). Edén, como la fuente de agua, fue de este modo la fuente de bendición para el mundo, proveyendo las bases para la vida, salud y prosperidad a todas las creaturas de Dios. Por esta razón, el agua, se convierte en un símbolo importante en la Escritura para la bendición de la salvación. En el creyente individual, la salvación es una fuente de agua que salta para vida eterna (Juan 4:14); pero así como el río del Edén era alimentado por un manantial (Génesis 2:6 NVI), el agua de vida se convierte en un río de agua viva, que fluye desde la Iglesia a todo el mundo (Juan 7:37-39; Ezequiel 47:1-12; Zacarías 14:8), sanando y restaurando a toda la tierra, para que aún las tierras desérticas sean transformadas en un Jardín (Isaías 32:13-17; 35:1-2). Mientras que el Espíritu es derramado “Jacob echará raíces, florecerá y echará renuevos Israel y la faz del mundo se llenará de fruto” (Isaías 27:6). Finalmente, un aspecto muy importante del lugar donde se encuentra el Edén es que estaba en una montaña (el Edén en sí era probablemente una meseta en la cima de la montaña). Esto se deduce del hecho de que la fuente de agua para el mundo estaba en el Edén: el río simplemente caía en cascada de la montaña, dividiéndose en cuatro brazos mientras fluía. Además, cuando Dios le habla al rey de Tiro (refiriéndose a él como si fuera Adán, en términos del llamado original al Hombre) le dice: “En Edén, en el huerto de Dios estuviste… te puse en el santo monte de Dios” (Ezequiel 28:13-14). Ese Edén era la “montaña santa” original y explica lo significativo de la elección de Dios de las montañas como sitios para Sus actos redentores y Sus revelaciones. La expiación sustituta en lugar de la simiente de Abraham tuvo lugar en el Monte Moriah (Génesis 22:2). También fue en el Monte Moriah que David vio el Ángel del Señor parado, con la espada en la mano listo para destruir Jerusalén, hasta que David construyó un altar ahí e hizo la expiación a través de un sacrificio (1 Crónicas 21:15-17). Y en el Monte Moriah construyó Salomón el Templo (2 Crónicas 3:1). La revelación de gracia de Dios de Su presencia, Su pacto y Su ley fue hecha en el Monte Sinaí. Así como Adán y Eva fueron expulsados del Jardín, al pueblo de Israel se le prohibió acercarse a la montaña santa, bajo pena de muerte (Éxodo 19:12, Génesis 3:24). Pero Moisés (el Mediador del Antiguo Pacto, Gálatas 3:19), los sacerdotes y los 70 ancianos del pueblo tenían permitido encontrarse con Dios en la Montaña (después de hacer un sacrificio de expiación) y ahí comieron y bebieron delante del Señor (Éxodo 24:1-11). En el Monte Carmelo fue adonde Dios llevó a su pueblo errante de regreso a Sí mismo a través del sacrificio en los días de Elías y desde donde los intrusos impíos de Su Jardín fueron tomados y destruidos (1 Reyes 18; interesantemente, carmel es un término Hebreo para tierra-jardín, plantación y orquídea). Una vez más, en el Monte Sinaí (también llamado Horeb) Dios reveló Su presencia salvadora a Elías y lo re comisionó como Su mensajero a las naciones (1 Reyes 19). En Su primer sermón importante, el Mediador del Nuevo Pacto, entregó nuevamente la ley desde una montaña (Mateo 5:1). Su cita oficial de Sus apóstoles fue hecha en una montaña (Marcos 3:13-19). En una montaña Él fue transfigurado delante de Sus discípulos en una revelación cegadora de Su gloria (recordando las asociaciones con el Sinaí, Pedro la llama “la montaña santa,” en 2 Pedro 1:16-18). En una montaña Él dio Su anuncio final de juicio sobre el pueblo infiel al pacto (Mateo 24). Después de la Última Cena, subió a la montaña con Sus discípulos y de ahí se fue al Jardín donde, como el Postrer Adán, triunfó sobre la tentación (Mateo 26:30; Mateo 4:8-11), en el principio de Su ministerio. Finalmente, le ordenó a Sus discípulos que lo encontraran en una montaña, donde les comisionó a conquistar las naciones con el Evangelio y les prometió enviarles al Espíritu Santo, y desde donde ascendió en una nube (Mateo 28:16-20; Hechos 1:1-19; para más acerca del significado de esta nube, ver el Capítulo 7). En ninguna manera he agotado la lista que podría ser dada de las referencias Bíblicas de las actividades redentoras de Dios en las montañas, pero estas que han sido citadas son suficientes para demostrar el hecho de que en la redención Dios nos está llamando a regresar al Edén: tenemos acceso a la Montaña Santa de Dios a través de la sangre derramada de Cristo. Nos hemos acercado al Monte de Sión (Hebreos 12:2) y confiadamente al Lugar Santo (Hebreos 10:19), concedido por la gracia de Dios para participar una vez más del Árbol de la Vida (Apocalipsis 2:7). Cristo ha construido Su Iglesia como una ciudad asentada en un Monte, para dar luz al mundo (Mateo 5:14) y ha prometido que las naciones vendrán a esa luz (Isaías 60:3). Los profetas están llenos de estas imágenes de montañas, testificando que el mundo será transformado en el Edén: “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa del Señor como cabeza de los montes y será exaltado sobre los collados y correrán a él todas las naciones” (Isaías 2:2; Isaías 2:2-4; 11:9; 25:6-9; 56:3-8; 65:25; Miqueas 4:1-4). Así es que, el día vendrá cuando el Reino de Dios, Su Santa Montaña, “llenará toda la tierra” (ver Daniel 2:34-35, 44-45), mientras que el mandato original de dominio de Dios es cumplido por el Postrer Adán.

Minerales en el Jardín

El Río Pisón, originado en el Edén, fluía “alrededor de toda la tierra de Havila, donde hay oro y el oro de esa tierra era bueno; allí también hay bedelio y ónice” (Génesis 2:11-12). La intención de estos versículos es claramente la de conectar en nuestras mentes el Jardín del Edén con estas piedras preciosas y minerales; y este punto es establecido en otras referencias Bíblicas que hablan del Edén. La referencia más obvia es la declaración de Dios al Adán caído (parte de lo que fue citado anteriormente):

En Edén, en el huerto de Dios estuviste; De toda piedra preciosa era tu vestidura; De cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; De zafiro, carbunclo, esmeralda y oro… (Ezequiel 28:13)

De hecho, el terreno parece haber estado bastante lleno con estas gemas brillantes de todo tipo, de acuerdo al siguiente verso: “Tú, te paseabas en medio de las piedras de fuego.” La abundancia de joyas se considera aquí como una bendición: comunión con Dios en el Edén significaba estar rodeado de belleza. Moisés nos dice que el oro de esa tierra era bueno (es decir, en su estado original, sin mezclarse con otros minerales). El hecho de que el oro deba ser extraído de minas de la tierra por medio de métodos costosos es un resultado de la Maldición, particularmente en el juicio del Diluvio. La piedra que se le llama ónice en la Escritura puede ser idéntica a la piedra actual del mismo nombre, pero nadie está seguro de eso y aún existe menos certeza en lo que se refiere a la naturaleza del bedelio. Pero algunas cosas interesantes acerca de estas piedras aparecen cuando estudiamos la historia Bíblica de la salvación. Cuando Dios redimió a Su pueblo de Egipto ordenó que el Sumo Sacerdote utilizara una vestimenta especial. En sus hombros, el Sumo Sacerdote debía usar dos piedras de ónice, con los nombres de las 12 tribus escritas sobre ellas y Dios declaró que estas piedras serían “piedras memoriales” (Éxodo 25:7; 28:9-12). ¿Un memorial de qué? La única mención del ónice anterior a la de Éxodo es en Génesis 2:12, en referencia al ¡Jardín del Edén! Dios quería que Su pueblo mirara al Sumo Sacerdote – quien de muchas maneras era un símbolo de un hombre completamente restaurado a la imagen de Dios – y de este modo recordaran las bendiciones del Jardín, cuando el hombre estaba en comunión con Dios. Las piedras servían de recordatorio al pueblo de que al guardarlas Dios les estaba restaurando el Edén. Un ejemplo de esto aún más sorprendente es en lo que se nos dice acerca de la provisión de Dios de maná. En sí, el maná era un recordatorio del Edén: porque aun cuando el pueblo de Dios estaba en el desierto (en su camino hacia la Tierra Prometida de abundancia), la comida era abundante, buena – con sabor y fácil de encontrar – como, por supuesto, había sido en el Jardín. Pero, sólo en caso de que pudieran no comprenderlo, Moisés registró que el maná era del color del bedelio (Números 11:7) – ¡la única aparición de la palabra aparte de su mención original en el libro de Génesis! Y esta, por cierto, nos habla del color del bedelio ya que se nos menciona en otra parte (Éxodo 16:31) que el maná era blanco. En los mensajes de nuestro Señor a la Iglesia en el Libro de Apocalipsis, la imagen Edénica es utilizada otra vez para describir la naturaleza de la salvación (ver Apocalipsis 2-3) y en una ocasión Él promete: “Al que venciere, daré a comer del maná escondido y le daré una piedrecita blanca” (Apocalipsis 2:17). Vale la pena resaltar que estas declaraciones acerca del ónice y del bedelio son hechas mientras que Israel está viajando hacia la tierra de ¡Havila! Mientras que viajaban, pudieron observar los terribles efectos de la Maldición, que había convertido esta hermosa y bien regada tierra en un “desierto devastador” – mientras que ellos, a través de la gracia, eran capaces de disfrutar de las bendiciones del Jardín del Edén. Este tema del Edén – la restauración también era evidente en el uso abundante del oro para el Tabernáculo y para los utensilios del Templo (Éxodo 25; 1 Reyes 6) y para las vestiduras del Sumo Sacerdote (Éxodo 28). Los privilegios perdidos del Primer Adán nos fueron restaurados por el Postrer Adán, cuando una vez más venimos a la presencia de Dios a través de nuestro Sumo Sacerdote. En sus profecías de la venida del Mesías y sus bendiciones, los profetas del Antiguo Testamento se concentraron en la imagen Edénica de las joyas, describiendo la salvación en términos de Dios adornando a Su pueblo:

He aquí yo cimentaré tus piedras sobre carbunclo y sobre zafiros te fundaré. Tus ventanas pondré de piedras preciosas, tus puertas de piedras de carbunclo y toda tu muralla de piedras preciosas (Isaías 54:11-12).

Se haya vuelto a ti la multitud del mar, y las riquezas de las naciones hayan venido a ti. Multitud de camellos te cubrirá; dromedarios de Madián y de Efa; vendrán todos los de Sabá; traerán oro e incienso, y publicarán alabanzas del Señor … Ciertamente a mí esperarán los de la costa, y las naves de Tarsis desde el principio, para traer tus hijos de lejos, su plata y su oro con ellos, al nombre del Señor tu Dios y al Santo de Israel, que te ha glorificado…
Tus puertas estarán de continuo abiertas, no se cerrarán de día ni de noche, para que a ti sean traídas las riquezas de las naciones… (Isaías 60:5-6, 9, 11)

En relación a este tema, la Biblia nos describe (Malaquías 3:17) y a nuestra obra para el reino de Dios (1 Corintios 3:11-15) en términos de joyería y al final de la historia, toda la Ciudad de Dios es una exhibición deslumbrante y brillante de piedras preciosas (Apocalipsis 21:18-20). La historia del Paraíso, entonces, nos da una información importante acerca del origen y el significado de los metales preciosos y las piedras, y por ende del dinero también. Justo desde el principio, Dios le dio valor al oro y a las gemas, habiéndolas creado como reflejos de Su propia gloria y belleza. El valor original de los metales preciosos y las piedras era por lo tanto, estético más que económico; su importancia económica surgió del hecho de que fue valuado por su belleza. La estética es previa a la economía. Históricamente, el oro vino a servir como un medio de intercambio precisamente debido a que su valor era independiente de, y previo a, su función monetaria. El oro no es intrínsecamente valioso (sólo Dios pose un valor intrínseco), más bien, es valioso debido a que el hombre, hecho a la imagen de Dios, le imputa este valor. Bíblicamente, un medio de intercambio es en primera instancia una comodidad, un artículo que el hombre valora como tal. La Escritura siempre mide el dinero por su peso, por ser divisa fuerte (Levítico 19:35-37) y condena todas las formas de inflación como una devaluación de la moneda (Proverbios 11:1; 20:10, 23; Isaías 1:22; Amós 8:5-6; Miqueas 6:10-12). Dios le ha puesto valor a los metales preciosos y a las piedras, y ha despertado en nosotros una atracción por ellos, pero Él también ha dejado claro que estas cosas no se pueden poseer permanentemente o se pueden disfrutar separados de la comunión con Él. A los impíos se les permite extraer estos materiales y poseerlos por un tiempo para que su riqueza pueda finalmente ser poseída por el pueblo restaurado de Dios:

Aunque [el inicuo] amontone plata como polvo, Y prepare ropa como lodo; La habrá preparado él, más el justo se vestirá, Y el inocente repartirá la plata (Job 27:16-17)

 Al pecador da el trabajo de recoger y amontonar, para darlo al que agrada a Dios (Eclesiastés 2:26).

El que aumenta sus riquezas con usura y crecido interés, Para aquel que se compadece de los pobres las aumenta (Proverbios 28:8).

En realidad, existe un principio básico que siempre está operando a lo largo de la historia: “La riqueza del pecador está guardada para el justo” (Proverbios 13:22), “Porque los malignos serán destruidos, pero los que esperan en el Señor, ellos heredarán la tierra” (Salmos 37:9). Una nación temerosa de Dios será bendecida con abundancia, mientras que las naciones apóstatas eventualmente perderán sus recursos mientras que Dios inflige la Maldición sobre el pueblo rebelde y su cultura.

Aquí puedes leer el libro completo del el Paraíso Restaurado.

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