VISIÓN AMÉRICA LATINA

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Libro El Paraíso Restaurado – Parte XIII

¿Cuándo empezó la gente a abandonar la adoración a los ídolos, sino hasta que la misma Palabra de Dios vino entre los hombres? ¿Cuándo cesaron los oráculos y se volvieron carentes de significado, entre los griegos y en todas partes, excepto cuando el Salvador se reveló a Sí mismo en la tierra? ¿Cuándo aquellos a quienes los profetas llaman dioses y héroes empezaron a ser juzgados como simples mortales, excepto cuando el Señor tomó los despojos de la muerte y conservó incorruptible el cuerpo que Él había tomado, resucitando de entre los muertos? O ¿cuándo el engaño y la locura de los demonios cayó en desprecio, salvo cuando la Palabra, el Poder de Dios, el Maestro de todas estas cosas, condecendió a favor de la debilidad de la humanidad y apareció en la tierra. ¿Cuándo la prática y la teoría de la magia empezaron a ser despreciados debajo de los pies, sino hasta la manifestación de la Palabra Divina a los hombres? En una palabra, ¿cuándo la sabiduría de los griegos se volvió absurda, salvo cuando la verdadera Sabiduría de Dios se reveló a Sí misma en la tierra? En tiempos antiguos todo el mundo y todo lugar en este, era desviado por medio de la adoración a ídolos y los hombres pensaban que los ídolos eran los únicos dioses que existían. Pero ahora por todo el mundo los hombres están abandonando el temor a los ídolos y refugiándose con Cristo y al adorarlo a Él como Dios, ellos llegan a través de Él a conocer también al Padre, a quién no conocían antes.

 Atanasio, En la Encarnación [46]

  

13 – LOS POSTREROS TIEMPOS

Como lo empezamos a ver en el capítulo anterior, el periodo del que se habla en la Biblia como “los postreros tiempos” (o “los últimos tiempos” o la “última hora”) es el periodo entre el nacimiento de Cristo y la destrucción de Jerusalén. La iglesia primitiva estaba viviendo el final de la era antigua y empezando la nueva. Todo este periodo debe ser considerado como el tiempo de la Primera Venida de Cristo. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la destrucción prometida de Jerusalén es considerada un aspecto de la obra de Cristo, inmediatamente conectada con Su obra de redención. Su vida, muerte, resurrección, ascención, derramamiento del Espíritu y juicio sobre Jerusalén, todas son partes de Su única obra de traer Su Reino y crear Su Templo nuevo (ver, por ejemplo cómo Daniel 9:24-27 conecta la expiación con la destrucción del Templo).

Consideremos como la Biblia misma usa estas expresiones acerca del fin de la era. En 1 Timoteo 4:1-3, Pablo advirtió:

Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participaran de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad.

¿Estaba hablando Pablo de “postreros tiempos” que sucederían miles de años después? ¿Por qué advertiría a Timoteo de eventos en los que Timoteo y los tátara nietos de Timoteo y cincuenta o más generaciones de descendientes, nunca vivirían para ver? De hecho, Pablo le dice a Timoteo, “Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo” (1 Timoteo 4:6). Los miembros de la congregación de Timoteo necesitaban saber acerca de lo que iba a ocurrir en los “postreros tiempos” porque ellos personalmente serían afectados por estos eventos. De manera particular, ellos necesitaban afirmación de que la apostasía venidera era parte de todo el patrón de eventos que llevarían al fin del orden antiguo y al establecimiento completo del Reino de Cristo. Como podemos verlo en pasajes como Colosenses 2:18-23, la “doctrina de los demonios” de la que advierte Pablo estaba presente durante el primer siglo. Los “postreros tiempos” ya estaban sucediendo. Esto está bastante claro en la declaración posterior de Pablo a Timoteo:

También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita. Porque de éstos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias. Estas siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad. Y de la manera que Janes y Jambres resistieron a Moisés, así también éstos resisten a la verdad; hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe (2 Timoteo 3:1-8).

Precisamente las cosas que Pablo dijo que sucederían en “los postreros tiempos” estaban sucediendo cuando escribió y simplemente estaba advirtiendo a Timoteo acerca de qué esperar mientras que la era avanzaba a su clímax. El anticristo estaba empezando a levantar su cabeza.

Otros escritores del Nuevo Testamento compartieron esta perspectiva con Pablo. La carta a los Hebreos empieza diciendo que Dios “en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1:2); el escritor continua mostrando que “ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de Sí mismo” (Hebreos 9:26). Pedro escribió que Cristo “ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de ustedes y mediante el cual creen en Dios” (1 Pedro 1:20-21). El testimonio apostólico es sin lugar a dudas claro: cuando Cristo vino, los “postreros días” llegaron con Él. Él vino a traer una nueva era del Reino de Dios. La era antigua estaba terminando y sería abolida completamente cuando Dios destruyera el Templo.

De Pentecostés al Holocausto

En el día de Pentecostés, cuando el Espíritu había sido derramado y la comunidad Cristiana habló en lenguas, Pedro declaró la interpretación Bíblica del evento:

Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne y sus hijos y sus hijas profetizarán; sus jóvenes verán visiones y sus ancianos soñarán sueños; Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra, Sangre y fuego y vapor de humo; el sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, Grande y manifiesto; y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Hechos 2:16-21).

Ya hemos visto como la “sangre y el fuego y el vapor de humo” y las señales en el cielo y la luna se cumplieron en la destrucción de Jerusalén (ver pp.100f). Lo que es crucial notar a estas alturas es la declaración precisa de Pedro de que los postreros días habían llegado. Contrario a algunas exposiciones modernas de este texto, Pedro no dijo que los milagros de Pentecostés eran como lo que Joel profetizó o que eran un “prototipo del cumplimiento” de la profecía de Joel; él dijo que ese era el cumplimiento: “Mas esto es lo dicho por el profeta Joel.” Los postreros días estaban aquí: el Espíritu había sido derramado, el pueblo de Dios estaba profetizando y hablando en lenguas y Jerusalén sería destruida con fuego. Las profecías antiguas se estaban llevando a cabo y esta generación no pasaría hasta que “todas estas cosas” se cumplieran. Por lo tanto, Pedro insta a sus oidores, “Sean salvos de esta perversa generación” (Hechos 2:40).

A este respecto, debemos notar la importancia de la escatología del don de lenguas. Pablo mostró, en 1 Corintios 14:21-22, que el milagro de las lenguas era el cumplimiento de la profecía de Isaías en contra de la Israel rebelde. Debido a que el pueblo del pacto estaba rechazando Su revelación clara, Dios advirtió que Sus profetas les hablarían con lenguas extranjeras, con el único propósito de presentar un testigo final a la Israel incrédula durante los postreros días que precedían a su juicio:

Porque en lengua de tartamudos, y en extraña lengua
hablará a este pueblo…
hasta que vayan y caigan de espaldas,
y sean quebrantados, enlazados y presos.
Por tanto, varones burladores
que gobiernan a este pueblo que está en Jerusalén,
oigan la palabra del Señor.
Por cuanto han dicho: Pacto tenemos hecho con la muerte,
e hicimos convenio con el Seol;
cuando pase el turbión del azote,
no llegará a nosotros,
porque hemos puesto nuestro refugio en la mentira,
y en la falsedad nos esconderemos;
Por tanto, Dios el Señor dice así: He aquí que yo he puesto en Sion
por fundamento una piedra, piedra probada,
angular, preciosa, de cimiento estable;
el que creyere, no se apresure.
Y ajustaré el juicio a cordel,
y a nivel la justicia;
y granizo barrerá el refugio de la mentira,
y aguas arrollarán el escondrijo.
Y será anulado su pacto con la muerte,
y su convenio con el Seol no será firme; cuando pase el turbión del azote, seréis de él pisoteados.
Luego que comience a pasar, él los arrebatará; porque de mañana en mañana pasará, de día y de noche; y será ciertamente espanto el entender lo oído” (Isaías 28:11-19).

El milagro de Pentecostés era un mensaje impactante a Israel. Ellos sabían lo que eso significaba. Era la señal de Dios de que la Piedra Angular había llegado y que Israel le había rechazado para su propia condenación (Mateo 21:42-44; 1 Pedro 2:6-8). Era la señal del juicio y reprobación, la señal de que los apóstatas de Jerusalén estaban por “caer de espaldas, y ser quebrantados, enlazados y presos.” Los Postreros Días de Israel habían llegado: la era antigua estaba por terminar y Jerusalén sería barrida en un nuevo diluvio, para dar lugar a la Nueva Creación de Dios. Como Pablo dijo, las lenguas eran “por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos” (1 Corintios 14:22) una señal a los judíos incrédulos de su perdición que se acercaba.

La Iglesia primitiva veía adelante la llegada de la nueva era. Ellos sabían que, con el final visible del sistema del Antiguo Pacto, la Iglesia sería revelada como el nuevo Templo verdadero y la obra que Cristo vino a realizar sería completada. Este era un aspecto importante de la redención y la primera generación de Cristianos esperaba este evento en su propio tiempo de vida. Durante este periodo de espera y prueba severa, el Apóstol Pedro les aseguró que ellos serían “guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 Pedro 1:5). Ellos estaban en el umbral de un mundo nuevo.

 

Esperando el Fin

Los Apóstoles y la primera generación de Cristianos sabían que ellos estaban viviendo en los últimos días de la era del Antiguo Pacto. Ellos esperaban ansiosamente esta consumación y el pleno advenimiento de la nueva era. Conforme la era avanzó y las “señales del fin” incrementaron y se intensificaron, la Iglesia podía ver que el Día del Juicio se acercaba rápidamente; una crisis se avecinaba en el futuro cercano, cuando Cristo los libraría “del presente siglo malo” (Gálatas 1:4). Las declaraciones de los apóstoles están llenas de esta actitud expectante, el conocimiento certero de que ese acontecimiento trascendental estaba sobre ellos. La espada de la ira de Dios estaba suspendida sobre Jerusalén, lista para usarse en cualquier momento. Pero los Cristianos no tenían miedo, porque la ira venidera no estaba dirigida a ellos, sino a los enemigos del Evangelio. Pablo instó a los Tesalonicenses a “esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Tesalonicenses 1:10). Haciendo eco de las palabras de Jesús en Mateo 23-24, Pablo enfatizó que el juicio inminente vendría sobre “los judíos, los cuales mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos expulsaron; y no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres, impidiéndonos hablar a los gentiles para que éstos se salven; así colman ellos siempre la medida de sus pecados, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo” (1 Tesalonicenses 2:14-16). Los Cristianos habían sido prevenidos y por lo tanto, estaban preparados, pero Israel por su incredulidad sería sorprendida con su guardia abajo:

Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tienen necesidad, hermanos, de que yo les escriba. Porque ustedes saben perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán. Mas ustedes, hermanos, no están en tinieblas, para que aquel día les sorprenda como ladrón. Porque todos ustedes son hijos de luz e hijos del día… Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo (1 Tesalonicenses 5:1-5,9).

Pablo ahondó en esto en su segunda carta a la misma iglesia:

Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que les atribulan, y a ustedes que son atribulados, darles reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron por cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre ustedes (2 Tesalonicenses 1:6-10).

Claramente Pablo no está hablando de la venida final de Cristo en el fin del mundo, porque la “tribulación” y “venganza” venidera estaban dirigidas específicamente para aquellos que estaban persiguiendo a los Cristianos de Tesalónica de la primera generación. El día de juicio venidero no era algo de miles de años después. Esto era pronto – tan pronto que ellos podrían verlo venir. Muchas de las “señales del fin” ya existían y los apóstoles inspirados animaban a la Iglesia a esperar el Fin en cualquier momento. Pablo instó a los Cristianos en Roma a perseverar en una manera piadosa de vivir, “conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz” (Romanos 13:11-12). Así como la era antigua se había caracterizado por el pecado, la desesperación y la atadura a satanás, la nueva era se caracterizaría grandemente por la justicia y el reinado universal del Reino. Porque el periodo de los “postreros tiempos” también era el tiempo cuando el Reino de los cielos se iba a inaugurar en la tierra, cuando el “Monte Santo” empezó su dinámica de crecimiento y todas las naciones empezaron a fluir en la fe Cristiana, como los profetas lo predijeron (ver Isaías 2:2-4; Miqueas 4:1-4). Obviamente, todavía hay una gran cantidad de impiedad en el mundo hoy. Pero el Cristianismo ha sido gradual y firme ganando batallas desde los días de la iglesia primitiva y mientras que los Cristianos continúan haciendo guerra al enemigo, el tiempo vendrá cuando los santos poseerán el Reino (Daniel 7:22, 27).

Esta es la razón por la que Pablo consolaba a los creyentes asegurándoles “el Señor está cerca” (Filipenses 4:5). En realidad, el lema de la Iglesia primitiva (1 Corintios 16:22) era ¡Maranatha! ¡El Señor viene! Anticipándose a la destrucción venidera de Jerusalén, el escritor de Hebreos advirtió que aquellos tentados a “regresar” al judaísmo apóstata, esa apostasía sólo les traería “una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego que devoraría a los adversarios” (Hebreos 10:27).

Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!… porque les es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengan la promesa. Porque aún un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma (Hebreos 10:30-31, 36-39).

Los otros autores del Nuevo Testamento escribieron en términos similares. Después de que Santiago le advirtió a los incrédulos ricos, que oprimían a los Cristianos, de sus miserias a punto de descender sobre ellos, acusándolos de que de manera fraudulenta habían “acumulado tesoros para los días postreros” (Santiago 5:1-6), a los Cristianos que sufrían, los anima:

Por tanto, hermanos, tengan paciencia hasta la venida del Señor. Miren cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tengan también paciencia, y afirmen sus corazones; porque la venida del Señor se acerca. Hermanos, no se quejen unos contra otros, para que no sean condenados; he aquí, el Juez está delante de la puerta (Santiago 5:7-9).

El Apóstol Pedro, advirtió también a la Iglesia que “el fin de todas las cosas se acerca” (1 Pedro 4:7) y les animó a vivir en una expectación diaria del juicio que vendría sobre su generación:

Amados, no se sorprendan del fuego de prueba que les ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña les aconteciera, sino gócense por cuanto son participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria se gocen con gran alegría…Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? (1 Pedro 4:12-13,17).

Los primeros Cristianos habían soportado tanto la persecución severa a manos de la apostasía de Israel como la traición de los anticristos que estaban en medio de ellos quienes buscaron conducir a la Iglesia al culto judaico. Pero este tiempo de gran tribulación y sufrimiento estaba operando en bendición propia para los Cristianos y en su santificación (Romanos 8:28-39) y mientras tanto la ira de Dios en contra de sus perseguidores se estaba gestando. Finalmente, el Fin llegó y la ira de Dios se soltó. Aquellos que habían traído tribulación sobre la Iglesia fueron echados en la Tribulación más grande de todos los tiempos. El enemigo más grande de la Iglesia fue destruido y nunca más volvería a ser una amenaza para la victoria final de la Iglesia.

 

Aquí puedes leer el libro completo del el Paraíso Restaurado.

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